lunes, 11 de junio de 2012

El Artista - The Artist






Presentar una película en blanco y negro y muda en pleno siglo XXI es una osadía. Si se tiene en cuenta que para el público de hoy deben predominar los efectos especiales, las secuencias de acción, actrices y actores con características casi sobrehumanas, “El Artista” es una clara excepción: es una pausa, un paréntesis en la historia del cine contemporáneo, ya que el espectador no va a encontrar nada de lo anterior en ella.

Exigir de los actores la actuación de un modo de hacer cine que pasó a mejor vida con la llegada del cine sonoro y que recuerda por su exigencia expresiva las épocas del Actors Studio; crear un mundo, una ambientación que nos ubica desde el comienzo en plena década de los años 20 y 30 en Hollywood, con una escenografía y un vestuario impecable, hacen de este film un tributo, un homenaje, al cine mudo y a la época.

Es la batalla entre el silencio y el sonido. Con unos pocos diálogos escritos y una música de fondo que desplaza en su totalidad a los diálogos sonoros presentes en cualquier película de las últimas décadas se logra establecer una comunicación directa con el espectador. Es una batalla, un in crescendo, desde el sonido de las cosas en el camerino de George Valentin hasta el “silencio por favor y… acción” con el que termina la película. Una batalla que gana el sonido que producen los zapatos de tap de George y Peppy en unos bailes finales y en una película que siempre traerá a la memoria, inevitablemente, a Gene Kelly y Debbie Reynolds en “Singin’ in the rain”, con marcadas diferencias.

El guión con el que se ha realizado “El Artista” lleva también a esos lugares oscuros del alma del artista, a esos momentos de desesperación y de crisis ante las demandas de una sociedad de consumo que piensa más en su satisfacción personal, en la rentabilidad, que en la vida de las personas, y que desafortunadamente se ha llevado a muchos de este mundo ante el olvido de sus gestas heroicas por amor al arte. Es la tozudez, es la perseverancia, es ese no renunciar a un ideal, a todo aquello que le da sentido a la vida, lo que quiere resaltar Hazanavicius con un guión de su propia autoría. En donde también queda claro que es gracias al amor y a la amistad incondicional de personas, como en este caso, de Peppy Miller, que se puede salir, aún en medio de la noche más oscura, de una de esas encrucijadas del alma.

No es de asombrarse entonces que esta haya sido la gran ganadora de los Premios Oscar en su versión número 84. Una película que seguramente pasará a la historia como uno de esos grandes aportes a la historia de la cinematografía y que difícilmente se olvidará.