Rob Reiner nos vuelve a deleitar
con una buena película. Para esta ocasión acude nuevamente a los buenos oficios
de Morgan Freeman, quien ya había actuado en otra película suya en 2007, The
Bucket List, junto a Jack Nicholson. El tema que de alguna manera se repite en
Reiner es el de la vejez y el sentido de la vida. Con una mezcla de humor y seriedad
Reiner nos muestra como cuando aparentemente la vida tiene poco sentido, pueden
aparecer personas o acontecimientos que hacen que el panorama inicial cambie y reaparezcan
motivos insospechados para vivir.
Monte Wildhorn es un parapléjico y
reconocido escritor de novelas del oeste que ha decidido pasar el verano en una
casa que un amigo músico le ha prestado a un sobrino suyo, con la única condición
de que cuide de su perro. Con los años y a raíz de la muerte de su esposa la
convivencia con Monte se ha hecho cada vez más difícil, llegando incluso a ser
insoportable, y por eso su familia quiere descansar de él, aunque sea por unos
días. En la casa vecina vive Charlotte O’neil, madre separada de tres hijas
pequeñas. Esta mujer y sus hijas le cambiarán la vida a Monte, y a su vez Monte
les cambiará la vida.
Estamos ante una película con un
alto contenido educativo. Monte es un perfecto pedagogo que tiene muchas cosas
para enseñar pero pocos receptores de tanta experiencia. Una de las mayores
decepciones que se presentan en los adultos mayores es pensar que el
conocimiento que dan los años y la vida no vale, no interesa a los demás; idea
que muchas veces es errada porque sí hay personas que los valoran. Es a partir
del contacto con las personas o los animales como Monte empieza a incidir en
sus vidas: el adiestramiento del perro, las clases de escritura con Finnegan
(una de las hijas de Charlotte), sacar del letargo en que se encuentra a Carl,
entre otros, hacen que Monte empiece a incidir de un modo positivo en la vida
de los habitantes de esta localidad y, por lo tanto, que su vida tenga un nuevo
sentido.
En Monte hay una evolución. Vamos
de menos a más. Del viejo ogro y bebedor del comienzo al viejo querido y afable
del final. Este es el mensaje para esos adultos mayores que quizás no le han
encontrado un sentido a ese momento de la vida y que por el contrario se
encierran en sí mismos y no se abren a los demás, a esa experiencia del
contacto con el otro; a pesar de las posibles diferencias de edades y de caracteres.
En esos cruces de experiencias los resultados son insospechados porque quien menos
pensamos es el que más gana.
Reiner no defrauda. Freeman no
defrauda. Y si bien no es una gran producción cinematográfica, sí es una
historia amena, entretenida y con contenido que no decepcionará a quien la vea.
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